No soy un corredor de elite, soy mas bien del montón, pero ello no me impide afrontar cada día nuevos retos corriendo en montañas o distancias superlargas, que cualquier mortal se asustaría con sólo nombrarlas.
A principios del año vi una nota en Facebook invitando a prepararse para correr los 108 kilómetros de la prueba denominada Rumbo a Paraguana Desert Trail y un gusanillo empezó a recorrerme el cuerpo. Si yo ya había superado dos carreras de montaña de 60 kilómetros cada una, varios maratones y ultras de 48K, por qué no podría correr 108 kilómetros por las playas de Falcón, estado que vió nacer a mi suegro.
Como soy del signo Virgo y nos caracterizamos por nuestra terquedad, dije allá voy y punto. Empecé a conversar con amigos que habían realizado distancias similares a ver como podía planificarme para esta distancia, aproveche que estaba el maratón CAF de 42 en mitad del camino. como parte del entrenamiento y empecé a patear duro las calles de Caracas y las laderas del cerro Ávila.
Siempre me encontraba a un corredor o a un entrenador que me aconsejaba: no corras mas de 6 horas en los entrenamientos, no superes los 35K, y así yo íba poco a poco preparándome para este reto. El aspecto de la mente para mi era lo esencial, sabia que podía afrontar los 80K sin problemas pero los otros 28 kilómetros serían mas de la mente que de las piernas.
Y llegó el día tan ansiosamente esperado, había muchas expectativas de que no se realizara por la situación país que se estaba viviendo y no estaba muy animado, pero al final decidir participar y, junto a otros 56 corredores estaba a minutos de darse la salida, llamé a mi esposa y le avisé: Ya estoy a segundo de arrancar.

Revisaba mentalmente que no se me hubiese quedado nada, tenia un gel que me sobró del CAF, varios dulces de guayaba y platano, galletas, granola, dos sándwiches de jamon y queso, miel con limón y bicarbonato de sodio, sal, kit de primeros auxilios, linterna y pilas de repuesto, 2 termos de ½ litro cada uno, con lo que debería aguantar la perdida de energía, sales y cualquier otra cosa que sucediera en el camino. A las 4:15 p.m. se dio la arrancada.
Salí con un paso suave, sin apuro, total había 108 kilómetros por delante y cuando miré hacia atrás yo era el último. Me activé , aumenté un poco el paso, empecée a correr un poco mas de puntas como me habían aconsejado los “chivos” de Coro Runners y me íba bien.
Pasando uno que otro corredor llegue al PC1, primeras felicitaciones, ya había superado los primeros 21 kilómetros y me sentía bien, pregunté cuánto faltaba para el PC2, 13 kilómetros fue la tajante respuesta. Entonces me focalicé en esa distancia y pensaba en cuanto tiempo tardaría en hacerla y me concentré en eso, así lo hice PC tras PC.
En el trayecto seguía pasando gente y uno que otro corredor que se me adelantaba hasta que un corredor de Coro, de nombre Nidal fue mi compañero de kilómetros, aunque mas que compañero fue mi competencia. Yo corría para que no me dejara y el corría para dejarme y asi fue durante mas de 80 kilómetros. Al pasar el pueblo de Tiraya, Nidal se escapó y yo ya no tenía fuerzas para mantener su ritmo.
Les confieso que mientras corría de noche rumbo al PC3, sin luna y con tan solo una linterna alumbrándome la soledad del camino, sentí miedo. No veía bien la topografía del terreno, me caí como tres veces y tropecé como nueve. Me imaginaba contrabandistas por la zona, la suerte de conseguirme una maleta con dólares y así cuanta locura me pasaba por la mente y hacía que el tiempo transcurriera más rápido.
Ya cerca del PC ubicado en Bocaína, por el kilómetro 65 aproximadamente, empecé a sentir molestias en los dedos del pié por lo que aproveché para cambiar las medias y ¡Oh Sorpresa! Mi segundo dedo había perdido parte de la piel, y otros tenían ampollas. Menos mal que llevaba conmigo un rollito de tela adhesiva y pude paliar la situación. De verdad que no sentí molestias de ahí en adelante.

En el PC de Playa Adícora , que nos acercaba ya sobre los 70 kilómetros y un poco más, el personal de apoyo que ya mostraba cansancio por la larga espera en la profundidad de la noche, nos dio refrigerios y nos señalaba por donde seguir.
Pasar por poblados a esa hora, donde no hay nadie despierto y todo está en penumbra lo ponen a pensar a uno en una película de terror, ja, ja, pero seguíamos adelante, el cuerpo aguantaba, las piernas con algunas molestias pero seguían su ritmo, la mente fuerte no decaía, al parecer mi táctica de sólo pensar por etapas estaba funcionando y la meta cada vez mas cerca.
Hasta que por fin empezó el amanecer a las 5:30 a.m. ya llegando a Las Salinas, un espectáculo natural y visual que todo ser humano debería disfrutar alguna vez en su vida. Correr por los diques con sus montañas de sal, no dejaba tiempo para pensar en la cantidad de horas que uno llevaba corriendo. Aproveché de desayunar mi sándwich y un carro de apoyo me dio un raspado de naranja ¡Que delicia!
Llegué al PC8, Mata Gorda, muy cerca de las instalaciones destruidas de lo que quiso ser Medano Caribe, y mi sorpresa cuando me dicen que faltan 12 kilómetros para la meta. Pensé «Ya esta listo, lo logré, ahora con calma».
Un poco mas adelante alcancé a un corredor que parecía de mi categoría y nos miramos con recelo hasta que me preguntó: tu eres master A y al responderle que no, que era master B, se bajaron las armas y seguimos juntos charlando hasta el último PC. El hombre era de Mérida y era la segunda vez que participaba en esta competencia, pero que venia con muchos dolores en las piernas y que no podría mantener mi ritmo por lo que me despedí de él y seguí sólo hasta la meta.
El sol levantaba fuertemente. Ya eran las 9 a.m. y yo mismo me asombré al darme cuenta que había superado el reto, había superado mis expectativas, mi cuerpo aguantó la pela, mi mente salió mucho mas fortalecida, todos aquellos que negaron la posibilidad de que lo hiciera quedaron silenciados y a aquellos que tuvieron fe en mi, les di la razón.
Puerto Escondido, un lugar cercano al Faro del Cabo San Román me esperaba. Los corredores, familiares, organizadores, esperaban mi llegada y así fue después con cada corredor.

Mi admiración a todos aquellos que cruzaron la meta mucho tiempo después de mi y con un sol con el cual se podía cocinar una tortilla sobre el capot de un carro. Se notaba la camaradería, la hermandad que une a los “locos” que nos atrevemos a correr estas distancias. Los considerados élites te felicitan con la misma o mayor intensidad que los que no lo son. Eso es lo que me gusta de las carreras, un ambiente de hermandad, solidaridad, donde sin conocernos somos amigos, nos ayudamos nos aupamos y al final nos permite olvidar un poco lo que sucede a nuestro alrededor. Darnos un poco de espacio y luchar por lo que nos gusta: ¡Correr!

Nos vemos en el camino.
Denys La Tour
2do. en la Categoría Master B
27 en la General
No olviden revisar los resultados aquí.