En nuestra cultura Occidental, lo que llamamos “hambre” (*sensación que indica necesidad de alimentos) muy a menudo es una manifestación física de una emoción que está pidiendo ser “consolada” o “silenciada”
Hambre real vs. hambre emocional, saber distinguirlas nos ayudará a tomar mejores decisiones a la hora de comer y beber. Un estudio realizado en la Universidad de Cornell, Estados Unidos, permitió detectar que, por día, tomamos alrededor de 200 decisiones relacionadas con la alimentación, pero registramos sólo 20.
Esto sucede sobre todo porque minimizamos nuestras actitudes frente a la comida. Comer o beber no son comportamientos en los que estamos muy involucrados. Entonces cualquier otra conducta deja en segundo plano la decisión alimentaria. El punto es que una vez superados los niveles de supervivencia, no comemos por hambre real. La mayoría lo hace por hambre emocional y hedónico, es decir sin padecer déficit de calorías.
Hambre real
La sensación de hambre real, regulada por diversos factores, existe con el fin de alertarnos de la necesidad básica y biológica de que sin alimento nuestra supervivencia peligra. El hambre real aparece poco a poco como alerta de que nuestro organismo necesita alimento para funcionar correctamente como un coche necesita combustible para rodar adecuadamente.
Hambre emocional
En un trabajo publicado el año pasado pudimos confirmar que de 500 participantes, las mujeres tendían a comer por emociones (ansiedad, tristeza, cansancio y enojo) mucho más que los hombres.
Analicemos primero el hambre emocional. Las emociones tienen la función básica de permitirnos adaptarnos al medio y a los otros. Si obturamos emociones con comida, perderemos nuestra única guía. El problema es que desde chicos nos enseñan a no sentirnos mal: se pretende que la vida sea una eterna zona de confort. Si nos caemos, nos dan golosinas. Si estamos tristes, nos llevan a tomar un helado. Pareciera que las emociones son peligrosas…
Pero en realidad no lo son. Aceptarlas, dejarse atravesar por ellas, por más molesto que sea, ponerles nombre, crear un espacio para tomar conciencia de lo que se siente, es siempre la mejor estrategia. Para ello se pueden utilizar diferentes técnicas de postergación, relajación o distracción.
Hambre hedónico
Por otra parte está el hambre hedónico, es decir por simple placer, por disponibilidad. Este tipo de hambre es especialmente «disparado» por alimentos sabrosos. Frente al hambre hedónico, el secreto es armar lo que llamo «ambiente seguro». Esto implica comprar cada día sólo lo que consumiremos y no almacenar aquello que nos dispara picoteo o descontrol.

Frente a esta epidemia de sobrepeso y obesidad, el secreto es combinar un plan de ejercicio físico, una dieta saludable y también aprender a detectar las señales de hambre real y emocional
Así, la mayoría de las veces, cuando tenemos ansiedad por comer más o tomar dulces en realidad lo que tenemos es hambre de compañía, de afecto, de tranquilidad, de relajación, de seguridad en uno mismo o de un sentido de propósito en nuestras vidas. Otras veces creemos tener una ligera sensación de hambre y en realidad estamos deshidratados.
Para discernir si tenemos hambre emocional o hambre real hemos de aprender a detenernos un momento y observar la situación de hambre que estamos sintiendo. Cuando conseguimos hacerlo, parar, observar y sentir, estamos dando un pasito más en la consciencia sobre nuestro cuerpo y a nuestro crecimiento personal.
Entonces, lo que deberías hacer cuando experimentes ansiedad por la comida, es detenterte y observarla. A menudo encontrarás un gran mar de emociones como miedo, ansiedad, tristeza o pena tras las ganas de comer algo. Si esperas unos 5 minutos antes de comerte ese pedacito de chocolate o de helado serás capaz de observar si realmente es lo que necesita y quiere tu cuerpo o simplemente lo estás buscando como excusa para acallar una emoción, desestresarte o premiarte por haber aguantado el tipo durante todo el día.